Serían sesenta y cinco pesos, de favor
-Ay que calor hace, y con esta cosa, peor.
-Sí, pero ya las cosas se van calmando ¿No? El otro día fui al Oxxo y nadie traía cubrebocas.
- ¿Usted siempre lo trae puesto?
- Cuando voy solo, no; pero en cuanto subo a un cliente, me lo pongo.
- Pues sí. Sólo dios sabe cuándo va a acabar esto.
La mujer iba sentada del lado contrario a mí, en el asiento trasero; bien derechita, con sus manos entre las piernas como si estuviera rezando a escondidas. Era una mujer robusta, con pelo corto, rizado y pintado de rojo; de estatura baja, con una boca grande y ojos cafés y delineados. Recuerdo que traía una blusa azul turquesa con estampado blanco de esos patrones orientales, como de mandala; y unos mallones negros. No llegué a ver su calzado, pero seguramente traía unos zapatos de piel negros con un tacón bajo.
- ¿Va a bailar?
- No, no. Eso no es lo mío. No, no. Tengo dos pies izquierdos.
Me dijo con una risa de sorpresa, y avergonzándose seguidamente.
- Voy a comprarle un juguete a mi niño, aquí al mercado que se pone en frente de la biblioteca. Uno de esos muñecos de acción que traen su avión o su moto o no se qué.
Para cuando me decía esto, ya comenzaba a liberar sus brazos para hacer expresivos gestos de cuestionamiento respecto al juguete. Como si intentara ahuyentar a una mosca que a su vez intenta comer el exquisito migajón de tortilla que está enredado en el cabello de la señora.
Voy con los ojos al frente, sobre Enrico Martínez para girar en Emilio Donde. La cumbia está a todo volumen. El semáforo se pone en rojo. Me giro para admirar a los señores y señoras vestidas con sus mejores prendas, moviéndose en parejas como estatuas firmes y ligeras que imitan el vaivén del mar.
- ¡Ay no! ¡Hay un perro intentando cruzar la calle, lo van a atropellar!
El perro se movía nervioso hacia adelante y hacia atrás; intimidado por la complejidad y el poder que lo rodeaba. Delgado, con hocico afilado como de galgo, pero con el cuerpo común de un perro callejero. Los autos se mueven velozmente, casi como si fueran un mismo auto; enorme y largo. Los pilotos tocan desesperados el claxon, locos, pero también impotentes y culpables por no atreverse a frenar y así convertirse también en una presa del rugido grupal, agudo y metálico.
Un chillido quemado, un golpe seco y un alarido frágil.
- Serían sesenta y cinco pesos, de favor.